Dona'm Sa Ma


Una taza con café caliente para que tus senos dibujen colinas, café con leche para dar aroma a las pequeñas muertes, al surgir de la vida, para despertarte con el cuerpo recorrido, con los sueños olvidados, con llanto seco de luna entre las piernas.

Una mañana ciega en la bañera, fundida con el olvido de los huesos, con la escasez de deseo diurno. Despertar de un sólo yo, aun con cuerpo alterno al lado(y la facilidad de ilusa, del aprendizaje de nosotros ante una realidad de , de yo).

Ahora, pequeña mía, haz café y endulza al sentimiento, al que se conforma con azúcar porque ya olvidó la textura de otras manos, porque ya olvidó al juego enamorado de las calles.

Acurrúcate sobre el sillón, cruza las piernas, deshaz la realidad al cerrar los párpados, al apagar las luces y piensa que la sangre al secarse, que el latido al detenerse puede tornarse color café
como la tierra sobre la que alguna vez te apareaste, aunque estés pronta al olvidarlo.

El recuerdo suele volverse lágrima.

Llena la estancia con olor de humedecida tierra,
de madera del monte,
de hierba del alba.

Llena el viento de pupilas vidriosas, de palabras calladas, de silencio iracundo y abraza los olvidos, las melodías, las lenguas de los animales infinitos que habitan en tu vientre y desnuda las calles con el frío de tu cuerpo.



Necesito contarte
qué miedo da la lluvia en los cristales.
Hoy cae sobre mi casa la noche oscura.

Salvador Espriu



Rocamadour, estás durmiendo o mirándote los pies.

Rocamadour, no entiendes, no entiendes aunque yo te susurre a través de las paredes que tus sueños están vigilados por policías, vigilados. Así no puedes volar, Rocamadour, te han atado los piecitos a los catres de la cama y yo me balanceo sobre el tejado de tu casa para abrir la ventana, para romper el vidrio, para que logres respirar, pero el yugo se apodera del inconciente, mom petit chou.

Y si no estás durmiendo, a lo mejor le coqueteas a las nubes que adornan el paisaje, pero ninguna te da un guiño ni un beso al viento, Rocamadour, las nubes están muertas, tal vez petrificadas, quizás sean hologramas, sí, Rocamadour ¡hologramas! La realidad es sólo el vapor de la leche con la que callan tus llantos, los besos falsos de tu madre, la sonrisa esfumada de tu padre. Y tus sueños, Rocamadour, tus sueños son proyecciones programadas en la filmoteca de mutilaciones, pero tú no deseas saberlo: los suicidas saltan a una piscina de sonriente pavimento.

Los policías viven en casa, a quemar la comisaría, a tirarse por la ventana y caer sobre el césped con los brazos abiertos, para abrazar al mundo, para plasmar sobre tu pecho los sueños más bellos y contarte los últimos cuentos sin pufos en las ramas para el árbol de tus dudas.

El mar se ha hecho vino, donde habitan quienes no llegaron a venir.
La arena saluda mi insinuaciones de llanto, pero mi corazón ya no se ahoga echado entre las sábanas, se sumerge en el mundo que vive dentro y se cobija entre las amebas de un útero que ha dejado de latir, mas no de sangrar. A veces me tomo algo de mar cuando las gaviotas se arrullan en mi piel, cuando la luna se convierte en leche fresca y yo en cachorro hambriento; para que luego mis retinas escurran el agua bebida al deletrear recuerdos de mis pequeñas vidas, las que se ahogaron en mi llanto, en mi savia blanca podrida y en el deshielo de los icebergs de mis dientes.

A la vuelta de la esquina: Lejanía

Viaje al polvo de las estrellas,
un puñado de sonrisas negadas te atacan de golpe,
él te golpea con abrazos hechos a tu medida,
y aún de nuestras espaldas brotan peces y sirenas.

No sueltas las amarras,
siguen atados los caballos.
¿Dónde y cuándo se alimenta a sí misma la vida?
Por ahora de tus pechos la leche se encuentra ida.

Me niego la risa,
y ella se rehúsa a ir.
¿Qué haremos si mañana no es sólo un adverbio de tiempo?
Él ha de continuar soñando debajo de tus senos,
y entre tus muslos ha de tatuar truenos.

No, nada de lo dicho es cierto
y ella con lágrimas se pinta el cuerpo
pues no vuelan ya canciones,
la genética es la nueva lucha de clases
entre mis telarañas que soplan desaciertos.

Aparición incompleta

Tengo niños sueltos en la garganta,
que me caminan en los huecos de la lengua.

Tengo niños que se esconden entre mis dientes,
que hacen sonreír a mis encías al estornudar sobre mis sienes.

La gioia de Gioia

Y es que corro, corro y me dirijo a ningún destino.
Caigo de bruces, y la cara manchada la he tenido ya, y manchada quiero seguir teniéndola, porque pulcra no quiero ser y mis manchas contienen a todas las iniciales de los nombres por los que corro, a quienes amo.

¿Y si vuelvo a caer?
La costumbre no he perdido de lanzarme a los abismos del delirio y aterrizar forzosamente en los hoyos del profundo vacío, pero nada ni nadie me arrebata la adrenalina deslizándose como esperma entre una vagina.

¿Y si continúo dudando, si continúo temiendo?
Entonces seguiré corriendo, corriendo con los ojos cerrados mientras el viento me susurra alientos de amor, mientras la hierba me despoja de la ropa que me ultraja el cuerpo, mientras ellos ríen, ríen y ríen hasta que las encías sangren pensando en que ¡Oh, maravilla, los muertos de este cementerio han empezado a correr!.
Y al diablo la mugre que cubre las plantas de mis pies si ando descalza por la vía, son la tierra y la hierba las que me protegen del concreto y de filamentos vidriosos del último carro que dejó agonizando lo que una vez fue vida.

Y dime, ¿qué ocurrirá luego, Vincent, qué ocurrirá?
Iremos, como hemos conspirado, a bañar con gasolina a cada pasajero de las carrozas mortuorias que transitan por estos lugares para después hacer chispas chocando nuestros vientres, contorneando nuestras lenguas, apretujándonos los huesos como solíamos hacerlo, porque es preferible que vivan siendo llamas fogosas a cadáveres hediondos.

Extraño a las vidas que he perdido, y es que aún siento el quejido ante la muerte; echo de menos a quienes han emprendido vuelo hacia otras bandadas, y aunque tema a las alturas y todavía continúe cubriéndome los ojos al cruzar los puentes peatonales pues la estrepitosa rapidez de los faros automovilísticos me causan náuseas; voy a volar, a planear chocarme contra peñascos no para morir sino para darme un chapuzón para correr nadando con los peces del mar.

Y seguir corriendo, seguir corriendo.

Carta subliminal por la rejilla de tu puerta

Me convertí en cenizas, antes incienso de preocupaciones, luego, un cúmulo que nadie habría de barrer… ¿por qué? afuera continuaba la dermis íntegra, por dentro sucedía que todo, que cada pequeño órgano, que cada plaqueta de mi sangre, que cada neurona se reducía a cenizas y nieve.

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Nostalgia hormonal; a pesar de la propia voluntad de un espéculo vaginal. La llama de las pupilas se apagaron por momentos y toda yo me deshice en una estructura sin motor.


Volaron pájaros de mi cabeza.

La asquerosidad que me produce tener que pagar por vivir fue duplicada por el tener que pagar para expulsar. La frialdad de uno de los co protagonistas de esta trama, de aquel teatro aséptico es, también, especular a la efigie de una fábrica: entrar, salir, mecanización de lo humano, rapidez, efectividad, productividad. Y yo, y ambos fuimos las manos que llenaron los bolsillos al ayo de la baila

El dolor físico es pasajero, sobre llevable, pero el que habita en las entrañas al no ser conocido ni compartido es tener al policía dándote con el garrote en las cavidades internas del ser.

La autoridad se posa sobre mí, cual Adán dominante quien le negó a Lilith observar el atardecer horizontal, mas acentuó el peso en aquellos momentos. Cual criminal huyendo, yo temía el ser descubierta, el ser transparente ante quienes habitan entre los mismos barrotes de esta jaula.

Prejuicios

Moralina religiosa desde la matriz de donde provengo.
Vejación a la inmundicia constitucional desde los espermas que viajaron hacia esa matriz hace 19 años.

Ese millón de cosas que se piensan a solas, murmullos de un mar agitado. Llorar y saber el por qué perfectamente bien.


Vacuidad

Vacío, ausencia del caos que me impulsaba a ser cual Juan Salvador Gaviota, ave que se aleja de la bandada para emprender el vuelo de las alas hacia la fluidez de aquel desconocido camino llamado quimera, inmadurez juvenil pronosticada por la Adultocracia que ya ha de ser curada con el transitar del tiempo: vivir con los sueños y no sólo de comida.

Inmadurez, ausencia de podredumbre en las frutillas que un día jugaron en las aceras e hicieron dibujos coloridos en los exámenes escolares antes que bastos numerales suicidas que indicaban la ilusión del futuro asegurado (en la muerte).

Me niego a crecer,
me niego a crecer, aunque ya la autoridad de los padres y maestros haya sido reemplazada por un código numérico que permite al látigo de la ley ejecutar el castigo si nos alejamos de la fila al matadero, del canon establecido, del ya labrado y llorado camino.

Carta abandonada en la entrada de tu bar


He trozado en pedazos infinitos a mi cuerpo, a cada partícula de mis huesos; cada protouniverso de mis carnes se ha diluido en esta voz entrecortada a través de una línea telefónica. La cotidianidad de esta realidad, totalmente palpable, sólo deja aberturas por donde escapan los oásis, mas no mi sed por ellos. Pero entre aquellos huecos dérmicos te introduces, tú, en cada espasmo de mi vientre, en el oxígeno de las lágrimas sobre tus manos. En cada pequeña muerte, en el descenso a la brasa caústica de los círculos cómicos, vislumbro, difusamente, la presencia de tu aliento.

Cada día la vacuidad de mis manos se hace tan honda y oscura como el plumaje alicaído de la ida del cuervo. Por hoy no pretendo ser más que una guitarra sin cuerdas en contraste con la fuerza de absorción de una otrora supernova. Visible contradicción, o, a lo mejor, razonable consecuencia de mi temperamento vestido de agujero negro: consumir al propio cuerpo habitante, invitarse a la fiesta de la perdición de donde no se asegura el retorno. Sin embargo; entre mis venas y las tuyas sólo existe una escalera de caracol, el túnel en el que continúan transitando tanto Castel como Iribarne, la visión especular de mi desasosiego entrelazada a la quietud de mi llanto y de mi rencor, tropiezo en el camino donde me he consumido hasta existir.

No me es posible sentir algo más que frío a pesar de los soles que alumbran los ventanales de cada boca besada. Debe ser el hábito descomedido, licor añejado en los cubículos de cada peldaño de esa escalera, el que me ha convertido en la espectadora de nuestro resplandor detrás del humo de cada cigarro, este fulgor que alimenta la casa de cuervos que se ha apoderado de los arrecifes de la matriz, y de la propia hembra.

Inventores de mareas que han deshojado las catástrofes entretejidas por dos infantes, por dos besos corrosivos que se mantienen incolúmenes; piratas, navegantes en mares narcóticos, caminantes en éxodo constante sobre las arenas de nuestros cuerpos. Criaturas abortadas, gritos silenciosos debajo de las almohadas, fetos que perviven en el llanto ahogado de las frustraciones y leche seca en el seno anhelante por ser lactado.

Seamos, ad infinítum, seamos ser, seamos deseo o anulación de un positivismo lógico y el regazo donde tenderse cuando los brazos recorridos se están enfriando.
a M.

Post-piernas abiertas

Hormona # 1

Sentir.
Caricia, trazo que se derrama sobre una piel.
Eyaculación de saliva en la cueva del placer.
Color de una desnudez sobre otra.
Calor desértico en la espalda del reptil.
Inyección

Pensar.
Apretar la tecla del piano,
aguda punzada sobre un vientre.
La jirafas alcanzan las ramas más altas de los árboles.
Estiro el cuello, veo sólo barrotes,
no hay hojas, no hay ramas ni soplido del viento.
Presión sobre el émbolo

Retornar.
Mirar a través de los vidrios de las ventanas móviles.
Abrazarte mentalmente en la inutilidad de las manos.
La timidez de los baños, la frialdad de las losetas.
Abre los ojos frente al espejo.
Desliz de una sustancia. Venas

Silenciar
Grito escondido debajo de las almohadas.
Se halla la vida debajo de las sábanas,
el camino indefinido a la playa.
Las serpientes duermen en las entrañas,
se enmarañan unas con otras.
Sangrado


Hormona # 2

Cierro los ojos,
pinta más sombras negras sobre mis párpados,
debe ser tiempo de dormir.
No guardo reservas de grasa amorosa,
tampoco destellos que alumbren las noches.

Deshoja mis dedos,
antes de que el invierno arribe,
antes de que las calles precipiten manadas sobre mis huesos.
Temo, a quienes nunca han de llegar,
porque pueden humedecer estas retinas.

No aguardes por besos,
la pequeña puerta se cierra en tu frente.
Ha de ser mi rencor hormonal.

Fratelitá


Una invocación a nuestras horas de brujas y de escandalosos trazos eróticos, un verso de aquellos poetas muertos que habita en nosotras, poetas que sembraron flores del mal en nuestros cuerpos en crecimiento, materia impúber que apedrea la frontera próxima de la adultez.

Porque me encuentro feliz, porque me reflejo en el espejo y logro percibirte a mi lado, porque puedo saber que nuestras temporadas compartidas entre barrotes de escuela, en el pavimento de un recreo o en el hilo de saliva de una línea telefónica conservan confesiones de deseos, conspiraciones de huída de nosotras mismas, de huída de las prisiones de embustera comodidad que nos albergan. Manos y oídos cómplices en este campo minado por pasajeros de trenes efímeros, mas tú persistes como pequeña criatura verde que sabotea reyes de asfalto.

Hoy todavía caigo de las copas de los árboles y sé que estás ahí para reírte conmigo, para reírte de mí y emprender juntas la libertad plumífera de las aves.

Misiva de una Risa Sardónica

Un adiós se convierte en un saludo, en un inicio inexacto de situaciones no previsibles, por ello cada letra escrita sobre un papel se convierte en una invitación para la desobediencia, aunque sea a distancia, incluso se tenga que atravesar galaxias, esquivar explosiones de supernovas o agujeros negros que se insertan en las venas para soplar dientes de león en los montes de otro rostro.

Situaciones exageradas producto del alquitrán, ya no existe diferencia entre el dióxido de carbono que respiras a diario y las notas de nicotina que ingresan en los pulmones a succiones repetidas. Paroxismo, sensación exacerbada, sueles caminar por las calzadas, no descalza sino con calzado de montaña, camino y un deseo rompe los límites de una conciencia: si das dos pasos más, rápidamente, podrás hacer colapso con el próximo carro. ¿Planear un suicidio? Quizás impulso de un cuerpo cercano a la combustión.

Lo carros intersectan el camino, estorban, ensordecen, conducen a la locura articuladas, es más factible morir atropellado o fenecer dentro de un bus en un frenar precipitado, por ello, prefieres chocar a un carro antes que uno se estrelle contra tus huesos y tu maltrecha piel. Mas todo queda en la cueva de los pensamientos cegados al tirar la puerta de la realidad contra un viso surreal.

A diario, observas sonrisas descoloridas, bamboleos de bolsas, carteras y maletines, vaivenes que caen la mecánica desganada del movimiento cotidiano. Perros atados a cadenas o pequeños críos sujetados a andadores, no existe diferencia, ambos se han convertido en un artículo de entretenimiento, un objeto más para la adquisición social. Y por más que pretendas iniciar expediciones a la deriva entre los muros de esta cárcel llamada ciudad: golpearse el rostro contra una pared no es lo mismo que caer y rodar sobre la pradera.

¿Por qué no jugar con los demás renacuajos que habitan a duras penas en un mismo estanque? Desarticular objetos que se han adheridos como tumores malignos a cada rincón de piel, hacer volar celulares desde las manos o bailar con los cuerpos plastificados en las vitrinas de cada tienda.

Es falso que la Vida sepa a Nada, si la vida supiera a Nada sonreirías transparentemente. La Vida en este contexto de espacio y tiempo sabe a mierda y no existe alquimista alguno que pueda convertir la domesticación de cada ser en un algún destello extraordinario de respiro y suspiro que conspire con la libertad.

Vacía confusión I

A tus piernas, a las mías.

Al enredo que es mi cabeza,
la telaraña que mis dedos tejen con los pensamientos.

Al abandono del que soy cómplice silenciosa,
a la mudez de mi vagina,
a la sequía de mi útero.

Mi deseo disperso, no extinto,
esparzo el polen de los días alrededor tuyo,
un silbido hacia el punto amarillo que habita en este cielo;
un huevo friéndose sobre la sartén;
un tambor llamado estómago;
un rugido de amante nostálgica.

A los besos que brotan de las comisuras de tus labios,
a tus dedos que deshacen las piedras de mi vulva,
de nuevo, a tus dedos; a tu soplido; a tus lamidas
de quienes soy presa entregada a voluntad.

Caza sin casa,
arco y flechas cargadas de lujuria,
susurro de un deseo confuso.


Éxodo # n

Vestirme para la ocasión:
desnuda, completamente desnuda.
Voy, como usualmente lo hago.
Voy en tu vida de visita.

Voy a extraviarme,
a volver a encontrarte,
a no sé qué pero a algo.

Volver a ser la turista
sin un próximo tren que tomar.

Cueva


Introdúcete,
muy dentro, más dentro, más, más.

Observo cómo desapareces,
cómo desapareces,
dentro de mí, muy dentro de mí.

Te miro, desapareces, otra vez, vuelvo a observar,
estarás mejor allí, mejor, dentro.

Vuelves a introducirte.

Imposiciones diarias


Representaciones simbólicas,
fríos cristales de un bus,
fideos en una sopa instantánea,
agua embotellada,
vidas enlatadas
que no llenan el apetito ni la sed por Vivir.
Mordidas no caducadas y esparcidas.
Un soplo de alquitrán sobre el rostro,
la caravana del pubis emigrando hacia los dedos,
hacia el campo donde las hormigas se adentran,
donde sus caminos expanden rizomas de violáceo deseo.


Las lágrimas también se besan, queridx, los besos se colocan, se anegan dentro de la tina de estas lágrimas brotadas entre ambientes semi-oscuros y cerrados, cortinas corridas, cenizas que colorean la dermis con la ausencia de brillo lunar.

Ahora puedes introducir tu cuerpo junto al mío dentro de estas gotas lacrimales, ahora puedes besar comisuras carmesíes y descarnadas, desvanecerte conmigo en la entrada de las cicatrices que han quedado en nuestros vientres luego de rupturas umbilicales. Las vacilaciones de mi péndulo sin tic tac se hallan en aquel agujero de tu cuerpo. El deseo que se introduce en tu ombligo, el deseo próximo a sentirse cual cordón umbilical, interpenetraciones de sabores, lloviznas de olores, ceguera de contemplaciones visuales, salivazos auditivos.

10.


Menstrúo mientras escribo esto, me percibo como materia flotando, como la banda sonora sin un director de orquesta, como una bailarina ebria que se presentó al espectáculo y olvidó la coreografía pero que continuó danzando y soltando algarabías, demás insultos, contra los hombres vestidos de frac y mujeres ataviadas de pieles que costaron no sólo papeles verdes sino, también, gritos ahogados de algún animal desollado que sólo esperaba su muerte como último suspiro de vida.

Mientras escribo esto, también me siento piel desollada, arrancada de mi propio cuerpo. Me toco, me toco, me vuelvo a tocar y logro no separarme de tus latidos que, a pesar, de su lejanía el tum tum tum persiste intacto en las cavidades de mi vientre. Mi piel, lo mismo que un río sin nombre se funde en la arena, se hace sal cantarina y sus sonrisas se transforman en cascabeles que anuncian la llegada próxima de las caricias. Mi cuerpo reverdece en el transcurso de estas noches, crea telares con figuras de animales inexistentes, inexistentes en la imaginación de Ellxs, pero tan vívidos y sensibles para nosotros como la sensación de humedad entre mi vagina y tus labios.

Mi cuerpo, la tierra maltratada por los bombardeos pasados, continúa siendo espacio de lucha cotidiana. En él no se fabrican escudos, espadas, cañones ni tanques para la lucha, en él basta contemplar cómo las ramas se expanden, las flores se excitan al abrir los capullos y los troncos se ensanchan como invitación para ser guarida de conspiraciones nocturnas de sudor y saliva amorosa y, ahí, en la contemplación, observar que es esa expansión la mejor defensa bélica en la zona autónoma de cada poro de mi piel.