La gioia de Gioia

Y es que corro, corro y me dirijo a ningún destino.
Caigo de bruces, y la cara manchada la he tenido ya, y manchada quiero seguir teniéndola, porque pulcra no quiero ser y mis manchas contienen a todas las iniciales de los nombres por los que corro, a quienes amo.

¿Y si vuelvo a caer?
La costumbre no he perdido de lanzarme a los abismos del delirio y aterrizar forzosamente en los hoyos del profundo vacío, pero nada ni nadie me arrebata la adrenalina deslizándose como esperma entre una vagina.

¿Y si continúo dudando, si continúo temiendo?
Entonces seguiré corriendo, corriendo con los ojos cerrados mientras el viento me susurra alientos de amor, mientras la hierba me despoja de la ropa que me ultraja el cuerpo, mientras ellos ríen, ríen y ríen hasta que las encías sangren pensando en que ¡Oh, maravilla, los muertos de este cementerio han empezado a correr!.
Y al diablo la mugre que cubre las plantas de mis pies si ando descalza por la vía, son la tierra y la hierba las que me protegen del concreto y de filamentos vidriosos del último carro que dejó agonizando lo que una vez fue vida.

Y dime, ¿qué ocurrirá luego, Vincent, qué ocurrirá?
Iremos, como hemos conspirado, a bañar con gasolina a cada pasajero de las carrozas mortuorias que transitan por estos lugares para después hacer chispas chocando nuestros vientres, contorneando nuestras lenguas, apretujándonos los huesos como solíamos hacerlo, porque es preferible que vivan siendo llamas fogosas a cadáveres hediondos.

Extraño a las vidas que he perdido, y es que aún siento el quejido ante la muerte; echo de menos a quienes han emprendido vuelo hacia otras bandadas, y aunque tema a las alturas y todavía continúe cubriéndome los ojos al cruzar los puentes peatonales pues la estrepitosa rapidez de los faros automovilísticos me causan náuseas; voy a volar, a planear chocarme contra peñascos no para morir sino para darme un chapuzón para correr nadando con los peces del mar.

Y seguir corriendo, seguir corriendo.