Carta abandonada en la entrada de tu bar


He trozado en pedazos infinitos a mi cuerpo, a cada partícula de mis huesos; cada protouniverso de mis carnes se ha diluido en esta voz entrecortada a través de una línea telefónica. La cotidianidad de esta realidad, totalmente palpable, sólo deja aberturas por donde escapan los oásis, mas no mi sed por ellos. Pero entre aquellos huecos dérmicos te introduces, tú, en cada espasmo de mi vientre, en el oxígeno de las lágrimas sobre tus manos. En cada pequeña muerte, en el descenso a la brasa caústica de los círculos cómicos, vislumbro, difusamente, la presencia de tu aliento.

Cada día la vacuidad de mis manos se hace tan honda y oscura como el plumaje alicaído de la ida del cuervo. Por hoy no pretendo ser más que una guitarra sin cuerdas en contraste con la fuerza de absorción de una otrora supernova. Visible contradicción, o, a lo mejor, razonable consecuencia de mi temperamento vestido de agujero negro: consumir al propio cuerpo habitante, invitarse a la fiesta de la perdición de donde no se asegura el retorno. Sin embargo; entre mis venas y las tuyas sólo existe una escalera de caracol, el túnel en el que continúan transitando tanto Castel como Iribarne, la visión especular de mi desasosiego entrelazada a la quietud de mi llanto y de mi rencor, tropiezo en el camino donde me he consumido hasta existir.

No me es posible sentir algo más que frío a pesar de los soles que alumbran los ventanales de cada boca besada. Debe ser el hábito descomedido, licor añejado en los cubículos de cada peldaño de esa escalera, el que me ha convertido en la espectadora de nuestro resplandor detrás del humo de cada cigarro, este fulgor que alimenta la casa de cuervos que se ha apoderado de los arrecifes de la matriz, y de la propia hembra.

Inventores de mareas que han deshojado las catástrofes entretejidas por dos infantes, por dos besos corrosivos que se mantienen incolúmenes; piratas, navegantes en mares narcóticos, caminantes en éxodo constante sobre las arenas de nuestros cuerpos. Criaturas abortadas, gritos silenciosos debajo de las almohadas, fetos que perviven en el llanto ahogado de las frustraciones y leche seca en el seno anhelante por ser lactado.

Seamos, ad infinítum, seamos ser, seamos deseo o anulación de un positivismo lógico y el regazo donde tenderse cuando los brazos recorridos se están enfriando.
a M.