El mar se ha hecho vino, donde habitan quienes no llegaron a venir.
La arena saluda mi insinuaciones de llanto, pero mi corazón ya no se ahoga echado entre las sábanas, se sumerge en el mundo que vive dentro y se cobija entre las amebas de un útero que ha dejado de latir, mas no de sangrar. A veces me tomo algo de mar cuando las gaviotas se arrullan en mi piel, cuando la luna se convierte en leche fresca y yo en cachorro hambriento; para que luego mis retinas escurran el agua bebida al deletrear recuerdos de mis pequeñas vidas, las que se ahogaron en mi llanto, en mi savia blanca podrida y en el deshielo de los icebergs de mis dientes.