Rocamadour, estás durmiendo o mirándote los pies.

Rocamadour, no entiendes, no entiendes aunque yo te susurre a través de las paredes que tus sueños están vigilados por policías, vigilados. Así no puedes volar, Rocamadour, te han atado los piecitos a los catres de la cama y yo me balanceo sobre el tejado de tu casa para abrir la ventana, para romper el vidrio, para que logres respirar, pero el yugo se apodera del inconciente, mom petit chou.

Y si no estás durmiendo, a lo mejor le coqueteas a las nubes que adornan el paisaje, pero ninguna te da un guiño ni un beso al viento, Rocamadour, las nubes están muertas, tal vez petrificadas, quizás sean hologramas, sí, Rocamadour ¡hologramas! La realidad es sólo el vapor de la leche con la que callan tus llantos, los besos falsos de tu madre, la sonrisa esfumada de tu padre. Y tus sueños, Rocamadour, tus sueños son proyecciones programadas en la filmoteca de mutilaciones, pero tú no deseas saberlo: los suicidas saltan a una piscina de sonriente pavimento.

Los policías viven en casa, a quemar la comisaría, a tirarse por la ventana y caer sobre el césped con los brazos abiertos, para abrazar al mundo, para plasmar sobre tu pecho los sueños más bellos y contarte los últimos cuentos sin pufos en las ramas para el árbol de tus dudas.