Dejaré que los ríos me inunden melancolía,
que mi sangre sea líquido deslucido
por donde una vez pasó su nombre.
Dejaré que el viento eche los papeles al olvido y a su
deriva,
que mis manos permanezcan frías y perdidas en mi sueño
incompleto,
que el desgano me posea,
que pasen cuatro buses para quedar a solas en mi
estación,
que los deberes,
las cuentas y las palabras se
acumulen
y que el entusiasmo al
fusilarme me lleve a rastras al paredón.
Guardaré la angustia en mi silencio de biblioteca,
las noches dormidas en la almohada de su cama,
el piyama a cuadros y a su ser infante perseguido,
noctámbulo grito de pesadilla.
(no concluso, mal engendrado)
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